Mira que hace casi un año que lo escribí, pero bueno. Ya era hora de plantarlo por aquí... Ya me dirán.. los que lo lean.
---- Me han dicho que el sitio está muy bien... podemos ir después de la fiesta.
- Sí, tío. David dice que va habitualmente.
- Normal, si es más gótico que la catedral de la Almudena...
- Pues eso, ¿qué decís? Nos acabamos las copas, recogemos un poco y a las 3 salimos para el Hell’s Kitchen, ¿ok?
Los tres amigos se miraron con ese calor que da el kalimotxo y la sensación de ir a parar a un momento de “exaltación de la amistad” que tan profusos eran en la fiestas en casa de Pedro.
- ¿Sabéis algo?- preguntó Pedro- Os quiero tíos.
Se rieron y se abrazaron con firmeza. Mariconadas las justas. Una cabeza asomó por la puerta de la cocina y entre el ruido de la gente por los pasillos y habitaciones y la música del salón, David preguntó:
- ¿Hell’s Kitchen, entonces?
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Llegaron poco más tarde de las tres de la mañana. Pagaron los siete euros de la entrada con derecho a copa- ‘vitriolo’ había comentado David- y entraron con las otras nueve personas que habían venido desde la casa de Pedro.
El sitio era oscuro a rabiar, la música atronadora y la gente... bueno, la gente era rara. Todos vestidos de negro, con metal por todo el cuerpo, peinados estrambóticos, máscaras de gas colgadas al cuello, tíos con falda y chicas con cara de blanca muerte.
Pero, joder, qué buenas que estaban.
- Tío, - gritó Alejandro al oído de David- están rebuenas las siniestras, ¿no?
- ¿Qué me vas a contar...?- respondió David con cara de haberse triunfado a media discoteca- Voy a pedirme una copa a esa barra, que conozco a la camarera. ¿Quieres la tuya?
- Sí- respondió Alejandro distraído, buscando el vale-. El ron de siempre.
- Idos a esa esquina que hay un par de amigos míos. Ahora te llevo esto.
David señaló una esquina oscura- más de lo normal-, donde Alejandro, Pedro y Miguel intuían a dos o tres personas que les hacían señas. Se encaminaron hacia el fondo.
- Hola- susurró una de las chicas-. ¿Sois amigos de David?
Su voz hacía cosquillas. Una de esas voces de vampiro fingido que tanto se estilaban en estos antrazos. El humo apenas dejaba ver la cara de la chica, pero su pelo rubio, del que probablemente estaría harta, delataba su posición.
- Sí,- respondió Alejandro. Se volvió hacia sus amigos y vio la escena: con cara de asustados, cogían las copas mirando a todos lados-. Estos son Pedro y Miguel.
- Yo me llamo Elena. Estos son Juan, Ramón, Sherezade y Morbus.
Ya empezaban las cosas raras. Un ‘mucho gusto’ de cortesía y acercar la boca a la copa para disimular la carcajada que habían provocado los dos últimos nombres. La parejita Sherezade – Morbus, cogidos por la cintura tenían más pinta de llamarse Juana y Sergio que de concubinas del diablo, que, de hecho, era de lo que iban disfrazados.
La tensión se mascaba en el aire mientras David se acercaba con las copas. Pedro preguntó por donde podía llegar a los servicios. Alejandro, al quite, respondió que por el pasillo de la derecha, subir las escaleras y de nuevo a la derecha.
Elena no estaba de acuerdo.
- De hecho, creo que llegarás antes por el pasillo de la izquierda.
- No lo creo- insistió Alejandro- Por ese pasillo te tragarás todos los cuartos oscuros-. Miró a Pedro- Si quieres caminar entre jadeos y gente... ya sabes...
Alejandro hizo el clásico gesto de “dar por saco”. Movió los brazos con violencia en torno a sus caderas y derramó algo de la copa que acababa de traerle David.
- Tío, que lo tiras todo...
- Claro, Miguel... ando algo bebidillo a estas horas- respondió Alejandro. Se volvió a la chica, que, boquiabierta, parecía indignada-. Sigo pensando que llegará antes por la derecha.
- Estúpido- escupió Elena.
- Borde de los cojones-. Replicó él.
David se sonrió mirando la escena.
- ¡Eh!- les gritó mientras tras él Juan y Ramón se comían la boca sin ningún miramiento- Vosotros dos, dejad de gritaros.
- Tu amiga es un encanto- ironizó Alejandro.
- Gilipollas...- desprendió Elena entre dientes.
- ¡EH!- saltó David.
- Paso de todo esto. Me voy arriba a escuchar otra música.
- ¡Pero tío...!
Las voces de David, Miguel y Pedro se perdieron entre las estrofas de Depeche Mode que sonaba en los amplificadores. Y Alejandro se perdió, con su sudadera negra de cuello vuelto, entre la masa de la segunda planta.
A los diez minutos- dos canciones- al pincha le dio por poner industrial alemán. Rammstein. A Alejandro le tocó la fibra sensible. Le encantaba Rammstein. Comenzó a seguir el ritmo con la cabeza y se fijó que un poco más allá, junto a la barra marrón por la que corría una cucaracha, estaba apoyada Elena. ‘Se va a enterar esta tía’.
- Oye... esto no ha empezado bien- comentó dejando la copa medio vacía en la barra y mandando a la cucaracha lejos con un golpe de mano.
- Normal, si eres así de lerdo...- respondió ella-. Por lo menos la música ha mejorado.
- ¿Te gusta Rammstein?- preguntó él.
- Mucho. Me parecen brutales.
- ¿Verdad?- sonrió Alejandro. Ella respondió con una tímida sonrisa. Alejandro notó que algo se movía en uno de los bolsillos de su pantalón.
‘Mierda’, pensó, ‘No podría esperar a mear en otro momento...’. Elena comenzó a cantar en alto la letra de la canción que sonaba. Alejandro disfrutaba de la música mientras se fijaba bien en la chica. Estrecha de caderas, pechos generosos y una falda que ocultaba las piernas que...
‘Mierda otra vez... y no son ganas de mear’. Siguió el ritmo de la canción. Agravó su voz para tratar de igualar la del vocalista. Imposible. Ese tío tenía un cuello enorme.
Elena se volvió hacia la barra para coger su copa y tropezó- de forma totalmente voluntaria- con un ladrillo mal colocado. De esa forma se acercó a Alejandro. Él puso su mano en la cintura de Elena para hacer el cortés gesto de ‘cuidado no te caigas’. Menuda cinturita se gastaba la niña. Elena puso su mano en la de Alejandro, pero no hizo ademán alguno de quitarla de donde estaba, así que él simplemente se dejó caer con suavidad. Dejaron de cantar y empezaron a besarse.
‘Frente de guerra’, pensó Alejandro mientras jugaba con la lengua de Elena dentro de su boca, ‘Qué calor hace aquí’. Sus labios eran suaves y ella sabía lo que se hacía. Subió una mano desde la cintura hasta el lateral del cuerpo de ella. Elena le paró los pies y se separó, dejando la cabeza a la altura de su oído.
- Quieto, chaval- susurró. Le cogió por la mano y tiró de él. Caminaron por entre el gentío hasta la zona oscura por donde ella indicó la dirección de los servicios hacia veinte minutos. La música sonaba mucho menos en aquél sitio. Hacía demasiado calor, la gente se hacinaba retorciéndose de placer, un placer obsceno, y olía demasiado a cuerpos sudorosos.
Elena empujó a Alejandro contra la pared y llevó las manos del chico hasta sus pechos.
- Aquí sí.
Alejandro notó el subidón repentino. Se pegó a ella, apoyando su erección entre sus piernas. Delgadas pero firmes. Pasaron dos minutos. Tres.
- Mira Elena, no sé qué pensarás, pero vivo solo desde hace unos añitos y estaríamos más cómodos en mi casa.
‘Ahí lo llevas. Ahora ella te abofetea y te deja con un dolor de huevos de flipar’.
- Me parece genial. Mis padres están en casa, así que... vámonos ya.
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Entraron por la puerta de la casa dejando atrás un pasillo largo con la temperatura bastante elevada. Un par de arañazos en la pared dejaban prueba de cómo estaba la cosa.
Tropezaron con una mesa y dos sillas sin dejarse escapar el uno al otro. Se intuían en la oscuridad gracias a la luz de un neón que entraba por la ventana. Un desgarrón rompió la camiseta blanca de Alejandro mientras los botones del corsé de Elena caían desparramados por el salón. Se dejaron caer al suelo, el sobre ella.
- No vas a llegar ni a tu cuarto- musitó ella.
- No necesito la cama para nada ahora mismo.
Alejandro miró su torso desnudo. Era demasiado delgado. Pasó la mirada al de ella. Sus pechos, sonrosados y con un par de pequeñas marcas se desparramaban a ambos lados. Eran muy bonitos, reales y naturales. Acarició uno de ellos, era firme y estaba caliente.
Ella cerró los ojos. Alejandro desabrochó el botón que sujetaba la falda negra y vaporosa que cubría las piernas de la chica. Parecía que no le gustaba. Le detuvo sin abrir los ojos. Los apretó más fuerte y se mordió el labio inferior. Alejandro notaba como la sangre le golpeaba en las sienes con ganas de reventar una o dos venas.
Juntó las manos por encima de su entrepierna y bajo la de Alejandro, rozando ambos sexos. Suspiró, intentando coger aire fresco, pero precisamente de eso no había mucho en el saloncito. El apartó las manos de allí y se escurrió un poco hacia abajo, arrastrando la falda y el tanga violeta.
Curioso. Era tan poco... siniestro. Un tanga violeta con una margarita en un lateral. Se sonrió. Estaba empapado. Y casi quemaba. Lo acarició con suavidad. Ella rió con ligereza. Volvió a suspirar.
¡Qué calor!
Alejandro no podía más. Tenía la imperiosa necesidad de arrancarle la ropa interior y meterse entre sus piernas sin pensar en nada más allá. Tironeó del tanga y lo lanzó contra una pared sin mirar dónde caía.
Con un gesto brusco, separó las piernas depiladas de Elena y comenzó a besar su vientre. Repasó cada uno de su pliegues con la lengua. Humedeció toda su piel, desde los pechos hasta el nacimiento del sexo. Tratando de compensar la temperatura... infructuoso. Metió un dedo entre los labios y comprobó que aquel punto de su geografía estaba ardiendo. Los separó con ayuda de otro dedo.
Elena entreabrió los ojos para contemplar la situación. Quería con todas sus fuerzas correrse en su boca. Notaba los carrillos encendidos de deseo y se conocía. No aguantaría mucho si el chico se lo curraba un poco. Llevaba una buena temporada sin un buen polvo y esto prometía ser serio. Sexualmente serio. No tardó en ver la respuesta de Alejandro. Paseó su lengua por ese punto que ningún tío había conseguido encontrar desde hacía cuatro o cinco meses. Jugaba con él como si hubiera sabido toda su vida que estaba ahí. Llegó el primero.
No pudo reprimir un gemido. Sonoro. ¡Qué vergüenza! Pensó ella, pero le sorprendió escuchar cómo él respondía. ¿Le estaba gustando tanto como a ella o simplemente fingía? No se iba a preocupar por eso ahora. No mientras Alejandro metía dos dedos hábiles hasta tocar con delicadeza el final de su vagina.
Gritó entrecortadamente. Uno más. Le faltaba el aire y Alejandro no daba tregua alguna. Se estaba convirtiendo en una guerra en toda línea. Él intentaba llevarla a algún lugar dónde no quería estar... todavía. Cogió la mano de Alejandro.
- Suave, quiero que dure- susurró.
Alejandro no respondió. Se limitó a bajar el ritmo y romper la dinámica para no resultar repetitivo. Poco a poco notaba como Elena arqueaba la espalda como un gato y lanzaba pequeños aullidos agudos. Incrementó el ritmo de sus dedos y su lengua. Contó el tercero.
Elena estaba en un punto sin retorno. Cubrió sus ojos con un brazo y agarró una pata de la mesa con fuerza, mientras notaba un chaparrón de placer desprenderse de algún punto entre sus piernas y su vientre. Finalmente se rompió. La presa que mantenía Alejandro sobre sus piernas se forzó y Elena se desató, llegando al cuarto orgasmo. Uno incontrolable. Todo su cuerpo temblaba. Sentía una diferencia de temperaturas recorrer su piel tan placentera que chocaba con un sentimiento de desazón por saber que había acabado... por el momento.
Había ganado la primera batalla de la guerra...