FIN (relatín cortito)
Escuchando música de hace veinte años. Se acumulan las memorias en el baúl de ébano cerrado por la llave del recuerdo. Esa llave que sólo ella puede dar. La cerradura oxidada flota entre los deteriorados retazos de una historia que se acaba. Los parientes no me recuerdan. Y cada día que pasa sus rostros cambian. Se vuelven extraños y creen conocerme, pero me engañan. O eso creen ellos. No los echo de menos tan a menudo como debería. No lloraría su perdida, pero sentiría dolor. Mucho dolor. Creo que por eso condenaron al protagonista de El Extranjero, de Camus. Un paria en la sociedad.
No, no soy un insensible. Solo soy una persona mayor, adusta. Temerosa de lo que pueda llegar en el futuro, cercano, que es lo único que tengo. Un futuro aciago y cercano.
Pero no me da miedo. No mucho. Sólo me horrorizan esos momentos en blanco que tanto se repiten últimamente. Después estoy desorientado. A oscuras, pero con mucha luz a mi alrededor. No sé explicarlo. Mi mente ya no es lo que era y a mi edad ya no es cosa de risa.
Soy un anciano vetusto, como decían los libros que leía cuando podía leer. Mis ojos también se han quejado, sí. Tanto que ya no recuerdo cómo son las letras. Mis oídos ya no oyen como antes, pero sin duda siguen escuchando. A quien lo necesita. Mi boca no soporta la mitad de los alimentos que me dan y tampoco es una presa que aguante mis babas todo el día. Acabo necesitando el pañuelo del que fue mi abuelo, que en Gloria esté. El si que llegó a ser algo. Qué tiempos aquellos cuando corría con la bicicleta arriba y abajo mientras él me animaba y vitoreaba.
Ahora mis piernas están dobladas e inútiles, aunque mis brazos conserven cierto tono para poder levantar la cuchara de la sopa. Mi pecho conserva un corazón puro, sano, sin infartos. Unos pulmones límpidos de todo mal. Creo que eso me hizo aguantar los embates del destino. Con frialdad.
Ahora que mi cabeza desvaría, poco a poco, soy consciente, voy dándome cuenta de que llega mi hora de decir adiós. Mi sonrisa surge una vez más, pero por última vez. Se la regalo a mi gente. Aquellos que me tuvieron paciencia, a los que no la tuvieron y a los que me quisieron y a los que me odiaron. Todos la merecen. Fueron páginas en mi libro de cuentos. Un libro de cuentos que toca a su fin. Escrito con sangre, aire y vida. Sobre todo vida.
Bienvenida, Muerte. Pasa y siéntate a la mesa. El té está caliente y sé que tu no eres tan fría como la gente piensa de ti.
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