BushiDo: El Camino del Que Sirve (y VII)
Meiyo… Honor, buen nombre o estima pública, y el deseo de completar todas las tareas, deberes y órdenes.
El día del ritual, Yoshinaga descorrió el panel de arroz y entró silenciosamente en el cuarto donde Daisuke escribía con lentitud un haiku para el momento del seppukku y adoptó la postura de seiza tras de su siervo.
- Daisuke- murmuró Yoshinaga. El joven dio un respingo y se volvió inmediatamente con una triste sonrisa en el bello rostro.- Al final parece que sí eres tan bobo como creía.
- ¡Mi Señor!- dijo Daisuke tendiendo su frente en el suelo- ¡Creí que no vendríais nunca!
- No seas más bobo aún. He venido para ofrecerte mi wakizashi y mis servicios como Kaishaku.
Los ojos de Daisuke se colmaron de lágrimas. No pudo contenerlas. Al final de sus días, Daisuke había conseguido la felicidad de una forma bastante alejada de lo que siempre imaginó de niño, pero que no difería en lo más absoluto de sus pretensiones como guerrero.
Habría dejado este mundo con la certeza de tener el favor de su señor.
Vestía de blanco aquél día de primavera. Volvían a caer las flores de cerezo por todos los alrededores y no podía evitar fijar la mirada en alguna de ellas mientras esperaba la llegada de los miembros del Monchujô y del Kaishakunin, Yoshinaga Takeda. A la cabeza apareció un estandarte con el mon del Shogun Ieyasu Tokugawa, algunos samurai que reconoció como parte de la Shitsu- Kingo, la guardia personal del Shogun. Tras ellos Tokugawa Ieyasu en persona, seguido por los oficiales del jurado y finalmente Yoshinaga Takeda, vestido con su mejor kataginu blanco en señal de luto y los dos guardias que habían sobrevivido al ataque de aquella noche.
Daisuke Tomomori esperaba en la postura de seiza, de rodillas, flanqueado por dos guardias de la Shitsu- Kingo y todos ellos rodeados por tres paredes de tela blanca con el mon del clan Takeda, el de la familia Tomomori, y el mon personal de Daisuke. En un silencio casi sepulcral, Yoshinaga se colocó de pie en el lado izquierdo de Daisuke. No cruzaron sus miradas. Daisuke ya estaba concentrado en el Vacío. El Shogun y su guardia se sentaron frente a él y tras ellos los dos componentes delegados del Monchujô.
Yoshinaga se recogió las mangas del keikogi con una cinta de blanco riguroso. Frente a Daisuke, sobre una mesita de caoba negra, una cinta blanca y el wakizashi de Yoshinaga, envuelto parcialmente en un paño esperaba a que se le diera su funesto uso. Bajo él, había dejado un pergamino con un haiku escrito.
Nadie dijo ni una palabra. Daisuke cogió la banda blanca y se ató los pies a la altura de los tobillos. Levantó el wakizashi y abrió el haori blanco con la mano libre. Llevó el wakizashi envuelto en el paño a la altura de su vientre y apoyó la punta en su abdomen. Estaba frío. El rostro de Daisuke no mostraba ningún sentimiento.
Empujó la hoja con decisión y no se movió ni un milímetro. Sintió la sangre empapar el paño blanco mientras llevaba la hoja hacia el lado derecho de su vientre. Escuchó perfectamente cómo Yoshinaga desenfundaba a Yuki, la katana que forjó hace años el anterior maestro espadero del daimyo, e intuyó cómo se cuadraba en hasso- no- kamae.
Volvió a mover el wakizashi. Todo le daba vueltas, pero su cuerpo no se movía. Tampoco sentía dolor alguno aún. La hoja llegó hasta aproximadamente la zona media del abdomen, algo más abajo que antes. Contemplaba como caían las flores blancas y rosas...
Llevó el sable hasta el lado izquierdo nuevamente, y notó que se derrumbaba lentamente. El mundo se desdibujaba. De repente todo se volvió oscuro.
Yoshinaga dejó caer la hoja de la katana en un gesto impecable al tiempo que una lágrima rodaba por ella hasta confundirse con la sangre de Daisuke.
Fallé a mi Señor.
Fracasé en mi misión.
Mas siempre le amé.
Daisuke Tomomori
Fracasé en mi misión.
Mas siempre le amé.
Daisuke Tomomori
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