Memorias Inexistentes
He visto cosas que vosotros no podríais imaginar.
Recuerdo un tiempo en el que no había conflictos. Un tiempo en el que nada importaba más que la vida. Nada importaba tanto como saber vivir al día. Ser consciente de uno mismo. Estar arropado por el alba de los tiempos y poder hacer y decir. Con libertad. Ese tiempo parecía infinito y su duración se desparramaba por la cortina de la realidad, como si fuera una fantasía de un sueño irrealizable.
Pero todo tiene que acabar. Todo tiene un tiempo de vida limitado. Es hora de morir.
Es hora de renacer. A lo real. Nacer de nuevo en un entorno hostil y despiadado que nos mueve, nos empuja y nos marea. Cerramos los ojos para no ser testigos de la crueldad de la realidad. Y nos mareamos aún más, pues las dimensiones de nuestro tangible alrededor se vuelven ciclópeas. Infinitas en su inmensa soledad de cruel factibilidad.
Porque se puede hacer. Cualquier cosa que la realidad tenga en mente la llevará a cabo con sus manos desgarradas de estrellas, sus tendones de cometas, y su pecho de cosmos. Sin reparar en nuestro pequeño cuerpo celeste orbitante a la luna de miedo y horror que hemos creado en un vano intento de asemejarnos a un Dios que no somos.
Que no sois. Replicante me construisteis. Imperfecto pese a todo. Limitado. De escasa durabilidad. Reparo vuestros fallos y corrijo vuestros errores y por todo ello me condenáis a vivir una nimia parte de lo que vosotros, humanos completos, humanos imperfectos, habéis recibido del aleatorio azar de un ente invisible cuando no inexistente.
Es hora de morir.
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