BushiDo: El Camino del Que Sirve (III)
Rei… Respeto, tratar a todas las personas, sin importar su situación o circunstancia, con cortesía y deferencia.
Se agachó todo lo que pudo para entrar al cenador por la improvisada puerta que se había montado en el paso a la construcción. Dentro, colgados de la pared, el kanji de primavera y un ikebana de flores de almendro adornaban la habitación. En el centro, una mesa baja con una taza, cinco servilletas de tela y una tetera de cerámica china sin adornos esperaban a los últimos indos. Finalmente y tras Yoshinaga entraron dos criados que, sin mirar a ninguno de los presentes, se colocaron en dos extremos del quiosco.
La puertezuela que obligaba a todos a agachar la cabeza tenía un significado oculto que, sin embargo, todos conocían; todos serían iguales dentro del cenador y durante la ceremonia.
Transcurrió en silencio. Sentados uno al lado de otro, Yoshinaga Takeda, Ume Takeda, Kumamatsu Miyamoto, Ryoko Nakamori y Daisuke Tomomori se pasaron la taza de té ordenada y disciplinadamente, girándola después de beber un pequeño sorbo del amargo líquido verde que guardaba para ellos, haciendo honor a la estación de la Primavera.
Los colores de cada uno de los doce kimonos de Ume y de la dama Ryoko estaban cuidadosamente elegidos para la ocasión y al finalizar, los criados, ataviados también, por supuesto, colocaron piezas de sushi sobre la mesa, que, ahora abandonado el silencio, degustaron los siete, criados incluidos.
De alguna forma, la tensión se hacía presente, dada la situación de Ume y Daisuke, y así lo hizo saber Yoshinaga de forma explícita al anunciar su intención de enviar a ambos a Edo. Al parecer el shogun Tokugawa había expresado su deseo de nombrar a Daisuke Kogi Kaishakunin, pero ni siquiera tal honor alegró al maestro de espadas. Uno de los criados, Toshiaki, alzó la voz por vez primera:
- Sería un honor cumplir con tal tarea, Daisuke- sama, para cualquier samurai.
Debéis sentiros profundamente halagado.
Daisuke le miró en cierta angustiado y ligeramente molesto, pero no hizo sino responder con
moderación recordando dónde se encontraban:
- Sí, Toshiaki, pero a pesar de eso algo me dice que mi lugar está junto a Yoshinaga tono.
Yoshinaga no levantó la mirada del plato de saké que llevaba a sus labios rodeados de la
espesa barba aún negra azabache en gran parte, pero gruñó significativamente. Frunció el
ceño. Se sentía halagado, pero no podía mostrar más que cierto enfado, pues su siervo estaba
insinuando desobediencia al deseo del shogun. La dama Ryoko, mujer que llevaba muchos
años junto al señor Takeda, salió en descarga del joven Tomomori.
- Daisuke- san, sabéis mejor que cualquiera de nosotros cuál es vuestro deber y
todos los aquí reunidos daríamos un dedo por jurar que cumpliréis vuestro
cometido cuando llegue la hora de la elección.
El anciano Miyamoto, general ya retirado que había consagrado su vida a la guerra y a su señor Yoshinaga rió con fuerza:
- ¡Lo hará, lo hará, Ryoko- sama!- gritó acusando un poco el exceso de saké- ¡No presionéis al muchacho! Suficiente hace guardando las apariencias. ¡Su corazón rebosa alegría por el honor de tal deseo del shogun, y amargura por igual a causa de la partida!¿No es así Ume- chan?
Ume se puso de repente tan colorada que la capa de polvo de arroz que cubría su rostro no
pudo camuflar su sonrojo. Con palabras temblorosas pero afiladas y sin levantar los ojos de la
mesa, trató de responder al pícaro Kumamatsu:
- Tomomori- sama es un samurai comprometido con su señor y su deber- Daisuke se empezó a sonrojar por igual, pero controló su reacción- Sólo hay que ver las tablas de su hakama.
Las sonoras carcajadas de Yoshinaga y Kumamatsu ascendieron hasta el cielo nocturno poblado de estrellas.
- ¡Sí, sí!- afirmó el daimyo- Es un gran samurai- y palmeó con firmeza y camaradería la espalda de Daisuke. En sus ojos todos apreciaron el brillo de la admiración y la amistad que ambos se profesaban. Y sin embargo, un tinte de envidia asomó a los ojos del daimyo.
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