Sin revisión alguna, publico este fragmento de mi novela. En serio q esto es divertidísimo. Por lo menos para mí. He aquí un nuevo personaje. Espero que Laura no me regañe demasiado por no haber quitado los "mente"s que pueda haber incluido habitual...MENTE ;D Espero dos cosas: que os guste y vuestros comments (yo diría que está bien construída: ESPERO que os guste y ESPERO vuestros comments...).Rocío Delgado había recibido un mensaje con la nota de suicidio de su novio Enrique, y alarmada se dirigió hacia su casa.
El cuerpo sin vida tenía la cabeza echada hacia atrás de forma macabra, y aún se oían las gotas de sangre caer al pavimento verde, cubierto por un charco de sangre oscura. Rocío lloraba desconsolada, mientras su amigo Juan Martínez y Miranda García, una compañera de la Cuarta planta revisaban la habitación.
Rocío había llamado a Juan, uno de sus mejores amigos, porque no sabía a quién acudir. Se conocían de la facultad, hacía ya unos cuatro años, y tenía mucha confianza con él. La suficiente como para llamarle antes que acudir a las autoridades. Máxime si el correo de su novio salía a la luz.
Hacía dos días que Juan, Emilio y Miranda eran fugitivos, y Rocío había sido una excelente confidente, aunque no había dado crédito a lo que los chicos le contaban. Juan sabía que no les delataría a LEGO, y este suicidio había sido la gota que había colmado el vaso de la paciencia de Rocío.
Había comprobado de la forma más dura que Juan, Emilio y Miranda no contaban patrañas. Para ellos, los últimos eslabones de la cadena se habían unido. Necesitaban paso franco hacia el interior del edificio y estaban algo más que perdidos sin una ayuda desde dentro, por lo que Rocío llevaba tiempo intentando obtener ese acceso discreto.
La tarea no era ni sencilla ni exenta de riesgo. Riesgo mortal. Un simple descuido en una muralla de distracción, un bit más alto que otro y la programación neuronal de Rocío le haría dar un pequeño traspiés caminando por la barandilla de su apartamento en el vigésimo noveno piso del edificio donde vivía.
Los agentes informáticos solían trabajar con una patente neuronal de LEGO que incrementaba su rendimiento lógico y matemático, así como la capacidad de almacenar recuerdos analíticos. Los materiales instalados seguían perteneciendo a LEGO, por lo que ser informático en el edificio era pertenecer un poco más a la empresa. EL peligro radicaba en que esa tecnología solo era útil con una conexión a la red neuro- informática de LEGO, la Gran Red Central, que le daba la energía y la alimentación proteínica que requería para mantenerse en funcionamiento. Si LEGO quería dar de baja a un trabajador solo tenía que suspender la alimentación, con lo que el material poco a poco se deterioraba y se expulsaba del cuerpo sin dolor ni molestia para el empleado, que quedaba libre de toda intrusión.
En los casos ideales, claro. La mayor parte de los ceses solían responder a exigencias incumplidas o despidos que LEGO prefería mantener dentro de la discreción. Y, de los ceses habituales de informáticos, muchos no eran tan idílicos como se estipulaba en el contrato inicial.
La tecnología solía dejar secuelas en los cerebros, como norma alucinaciones y jaquecas y en casos extremos apoplejías y enfermedades mentales de carácter físico.
Así pues, Rocío caminaba entre mapas de bits y trazas de fósforo verde, extrayendo bloques de código para desproteger la seguridad de LEGO ante los escáneres que deberían superar sus amigos. Era muy competente en su terreno, y su trabajo le gustaba, hasta cierto punto, por lo que estaba disfrutando de esta tarea. El mundo virtual era extraño. No se regía por leyes físicas, sino por leyes tecnológicas. Se había creado una falsa sensación de profundidad en un entorno de color celeste, con nubes de unos ceros e interrogaciones, símbolos de los sistemas trinarios, flotando por doquier.
La dificultad de tratar con los agentes de seguridad virtual era que funcionaban a este nivel trinario: el sí, el no y el quizá. Eran sistemas herméticos sintéticos capaces de generar y resolver dudas probabilísticas. Por ello eran casi tan imprevisibles como un ser humano, pero sin las cortapisas de una conciencia que impidiera ejecutar órdenes de una autoridad superior.
Cada cierto tiempo, Rocío hacía un alto en su sabotaje para refrescar su cabeza. Pensó que necesitaría huir de la Tierra para no ser encontrada y suprimida por los agentes de las divisiones de Laura Zanetti. Se levantó del puesto y caminó por la Segunda Planta hacia una dispensadora de refrescos. Tocó el sensor táctil, que de inmediato reconoció su ADN y cargó el importe de un batido de chocolate en su cuenta bancaria.
- ¿Trabajamos hasta tarde, hoy?- preguntó una voz desde el fondo del pasillo, donde se abría hacia el ascensor central y el puesto del guarda de seguridad. Allí estaba Marcos Rubén, un guapo vigilante, algo simple y poco espabilado, salido de las Fuerzas Universales de Choque.
- Sí. Trabajos pendientes. Ya sabes.- Marcos parecía haberle echado el ojo a Rocío desde hace tiempo, y, aún enterado de que tenía novio, no reparaba en requiebros para la muchacha.
- ¿Te tomarás el batido conmigo o irás a acabártelo en tu puesto?-preguntó indiscretamente.
- Ya sé por donde vas, Marcos, antes de que empieces a moverte- respondió intentado ser simpática, pero marcando el territorio.- No estoy para chascarrillos. Hoy no. Tengo trabajo acumulado y preferiría trabajar en paz.
- Bien, bien.- respondió él levantando las manos en señal de alejamiento.- No quisiera ser un impedimento. Cuanto antes acabes, antes podré invitarte a una cerveza fuera de este armatoste de acero y hormigón. ¿Me concederás eso al menos? Rocío pensó en el monitor encendido y chasqueó la lengua dándose cuenta del error que había cometido. Uno de colegiala. Podría mantener alejado al entrometido, pero si Juan y sus amigos hacían mucho ruido Marcos podría delatarla, o por lo menos hablar de sus “horas extra”. Una investigación sería fatal y conclusiva. Rezó por no necesitar una vía de escape antes de tiempo.
Algo nerviosa, apuró la bebida, sonrió en silencio a Marcos y se giró en dirección a su puesto. Marcos ya estaba cerca del suyo, sentado en la mesa, mirando con distracción los monitores de telecontrol y vigilancia pasiva.
- Perdona, Rocío- Marcos la detuvo, llamándola desde el final del pasillo. Se puso tiesa como una estaca..- En el panel de actividad de mi monitor se reflejan ciertos niveles de fluctuación de datos... que no soy capaz de identificar. ¿Podrías echarles un ojo antes de enfrascarte en tu tarea?
- Claro...- aceptó Rocío volviéndose. La incertidumbre creció dentro de su cuerpo. Esperaba que los niveles de adrenalina y norepinefrina no dejaran rastros en su sistema neuronal que pudieran ser detectados. Se sobresaltó al ver las lecturas. De las quince trazas que Marcos había aislado, nueve eran suyas, pero estaban bien camufladas con un identificador encriptado. Como neuroinformática, tenía la cabeza casi rapada para que el pelo no molestara su conexión y ahora frotaba su pelo corto con insistencia y gesto preocupado.
- ¿Qué es, Rocío?- preguntó el vigilante sacándola de su ensimismamiento.
- Tendría que mirarlas con detenimiento... no sé lo que son sólo con mirar los números. Pueden ser restos de actividad intrusiva o encriptaciones de otro trabajador de otra planta.
- ¡Caray, que sois complicados los neuroinformáticos!- exclamó este.- De todas formas creo que avisaré a Seguridad Central mientras lo examinas, ¿de acuerdo? Rocío abrió los ojos sin mirarle. Se volvió moviendo la cabeza con gesto negativo.
-No..., no. Déjamelo a mi, ¿de acuerdo?- pidió.
-No te impediré trabajar, supongo que debería ser cosa mía. Informaré ahora. Vete a tu puesto y estate tranquila.
Rocío se giró. Todo su cuerpo estaba tenso. Las otras lecturas indicaban un ente interno siguiendo su trabajo. Si descubrían la readmisión en las bases de datos de ADN de las cadenas de Juan, Miranda y Emilio irían directamente a por ellos. Y ella estaría en medio.
Caminaba con lentitud intentando evaluar la situación con su calculadora mental, pero no llegaba a ningún buen puerto. Se sentó frente al teclado táctil y extrajo la lista que acababa de ver. Una traza más. Una de las suyas había desaparecido. Pero la nueva era muy preocupante. Venía de Central y era rápida como la electricidad. Los muebles de la sala humeaban silencio. Un silencio que abrazaba el tecleo sordo que Rocío esparcía por el corredor.
Oyó pasos acercándose. Conectó su red neuronal y comenzó a eliminar las trazas que estaban en la superficie. La más importante, la que cerraba las bases de datos de alarmas estaba a punto de finalizar su proceso. No podía dejarla a medias.
La silueta de Marcos apareció recortada en sombras contra la luz del fluorescente ámbar del pasillo exterior.
- Rocío, he comprobado las trazas con Central- hablaba en voz baja- Me han ordenado que te lleve ante Hernán Martín. ¿Harías el favor de acompañarme? Rocío desconectó el implante cerebral y se levantó. Decidió que atacaría al tonto Marcos a la primera oportunidad que tuviera. Marcos desprendió las lumino- esposas de su cinturón. Unas esposas de electricidad rosada que inhibían la fuerza en los brazos y los mantenían sujetos.
Cuando se las iba a colocar, Rocío pareció oír un sonido como de un burbujeo en el techo. Una luz roja apuntaba al rostro de Marcos Rubén, pero no parecía darse cuenta de ello. La tensión amarraba los músculos de la chica que no podía moverse. De entre las sombras, Rocío, boquiabierta, vio surgir una forma tentacular de aspecto metálico que bajaba con quietud hacia la Marcos.
Todo ocurrió muy deprisa. Mientras el periscopio iluminaba en rojo los ojos deslumbrados de Marcos, un tentáculo apareció tras él, con una especie de rotor girando a alta velocidad. Marcos, por instinto, dio un paso atrás y cayó en la trampa. La hélice le atravesó el pecho, saliendo por la parte delantera y empapando a Rocío con la sangre del vigilante. Un tercer tentáculo articulado se introdujo en la garganta de Marcos, ahogando todo ruido que pudiera emitir.
Al cabo de unos segundos, el cuerpo de Marcos yacía en el suelo, en un charco de sangre, entre espasmos que poco a poco fueron desapareciendo.
- Malditos neuroinformáticos... Creéis que sois todopoderosos y llevo tres horas guardando todo el trabajo que has estado realizando, niña.- surgió la voz del periscopio con la luz roja, que ahora goteaba sangre. Del techo surgieron otros tres tentáculos más y una caja metálica que parecía reunirlos a todos.- Cabo Ferraz. Estás metida en un buen lío, niña. Y ahora yo también. Espero que este cuerpo aguante hasta que lleguen Emilio Campos y Carlos Morán.